La lección es una obra de Eugène Ionesco, en el que se plantean las relaciones de dominio y sumisión entre un profesor y su alumna.
La estudiante acude a casa del profesor porque quiere preparar su doctorado total, y tiene lugar una singular lección de aritmética…
Los siguientes extractos de esta absurda lección están extraídas de [E. Ionesco, Obras Completas, Aguilar, 1973].
Se comienza en perfecta armonía, sumando…
EL PROFESOR: Bueno. Aritmeticemos un poco.
LA ALUMNA: Con mucho gusto, señor.
EL PROFESOR: ¿No le molesta decirme…?
LA ALUMNA: De ningún modo, señor, continúe.
EL PROFESOR: ¿Cuántos son uno y uno?
LA ALUMNA: Uno y uno son dos.
EL PROFESOR (admirado por la sabiduría de la alumna): ¡Oh, muy bien! Me parece muy adelantada en sus estudios. Obtendrá fácilmente su doctorado total, señorita.
LA ALUMNA: Lo celebro, tanto más porque usted es quien lo dice.
EL PROFESOR: Sigamos adelante: ¿cuántos son dos y uno?
LA ALUMNA: Tres.
EL PROFESOR: ¿Tres y uno?
LA ALUMNA: Cuatro.
EL PROFESOR: ¿Cuatro y uno?
LA ALUMNA: Cinco.
EL PROFESOR: ¿Cinco y uno?
LA ALUMNA: Seis.
EL PROFESOR: ¿Seis y uno?
LA ALUMNA: Siete.
EL PROFESOR: ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho.
EL PROFESOR: ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho… bis.
EL PROFESOR: Muy buena respuesta. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA : Ocho… ter.
EL PROFESOR: Perfecto. Excelente .¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho… quater. Y a veces nueve.
EL PROFESOR: ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! ¡Es usted exquisita ! Le felicito calurosamente, señorita. No merece la pena continuar. En lo que respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos tres.
LA ALUMNA: ¿Cuatro menos tres?… ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR: Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA: Eso da… ¿siete?
EL PROFESOR: Perdóneme si me veo obligado a contradecirle. Cuatro menos tres no dan siete. Usted se confunde: cuatro más tres son siete, pero cuatro menos tres no son siete… Ahora no se trata de sumar, sino de restar.
[…]
EL PROFESOR: ¿Sabe usted contar bien? ¿Hasta cuánto sabe usted contar?
LA ALUMNA: Puedo contar… hasta el infinito…
EL PROFESOR: Eso no es posible, señorita.
LA ALUMNA: Entonces, digamos hasta dieciséis.
A continuación, el profesor intenta explicar a la estudiante como se sustraen dos números, recurriendo a numerosos ejemplos:
EL PROFESOR: Tomemos ejemplos más sencillos. Si usted tuviese dos narices y yo le arrancase una, ¿cuántas le quedarían?
LA ALUMNA: Ninguna.
EL PROFESOR: ¿Cómo ninguna?
LA ALUMNA: Sí, precisamente porque usted no me ha arrancado ninguna, tengo una ahora. Si usted me la hubiese arrancado, ya no la tendría.
EL PROFESOR: No ha comprendido mi ejemplo. Supongamos que no tiene más que una oreja.
LA ALUMNA: Sí. ¿Y después?
EL PROFESOR: Yo le agrego otra. ¿Cuántas tendrá entonces?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Está bien. Y si le agrego otra más, ¿cuántas tendrá?
LA ALUMNA: Tres orejas.
EL PROFESOR: Le quito una. ¿Cuántas orejas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Muy bien. Le quito otra más. ¿Cuántas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Le como una…, una…
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Una.
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: ¡Una!
[…]
EL PROFESOR: No, no. No es eso. El ejemplo no es…, no es convincente. Escúcheme.
LA ALUMNA: Le escucho, señor.
EL PROFESOR: Usted tiene…, usted tiene…, usted tiene…
LA ALUMNA: ¡Diez dedos!
EL PROFESOR: Como usted quiera. Perfecto. Usted tiene, pues, diez dedos.
LA ALUMNA: Si, señor.
EL PROFESOR: ¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
LA ALUMNA: Diez, señor.
EL PROFESOR: ¡No es así!
LA ALUMNA: Si, señor.
EL PROFESOR: ¡Le digo que no!
LA ALUMNA: Usted acaba de decirme que tengo diez.
EL PROFESOR: ¡Le he dicho también, inmediatamente después, que tenía usted cinco!
LA ALUMNA: Pero ¡no tengo cinco, tengo diez!
[…]
EL PROFESOR: Es así, señorita. No se puede explicar. Eso se comprende mediante un razonamiento matemático interior. Se lo tiene o no se lo tiene.
LA ALUMNA: ¡Qué le vamos a hacer!
La sorpresa viene a continuación cuando la estudiante, incapaz de realizar estas operaciones elementales, consigue resolver en un breve instante de tiempo la gigantesca multiplicación propuesta por el profesor:
EL PROFESOR: […] Reconozco que no es fácil, que se trata de algo muy, muy abstracto, evidentemente, pero ¿cómo podría usted llegar, antes de haber conocido bien los elementos esenciales, a calcular mentalmente cuántos son –y esto es lo más fácil para un ingeniero corriente– cuántos son, por ejemplo, tres mil setecientos cincuenta y cinco millones novecientos noventa y ocho mil doscientos cincuenta y uno, multiplicados por cinco mil ciento sesenta y dos millones trescientos tres mil quinientos ocho?
LA ALUMNA (muy rápidamente): Son diecinueve trillones trescientos noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil quinientos ocho.
EL PROFESOR (Asombrado): No. Creo que no es así. Son diecinueve trillones trescientos noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil quinientos nueve.
LA ALUMNA: No, quinientos ocho.
EL PROFESOR (Cada vez más asombrado, calcula mentalmente). Sí…, tiene usted razón…, el resultado es… (Farfulla ininteligiblemente). Trillones, billones, millones, millares… (Claramente)… ciento sesenta y cuatro mil quinientos ocho. (Estupefacto) Pero ¿cómo lo sabe usted si no conoce los principios del razonamiento aritmético?
LA ALUMNA: Es sencillo. Como no puedo confiar en mi razonamiento, me he aprendido de memoria todos los resultados posibles de todas las multiplicaciones posibles.
La multiplicación propuesta por el profesor es:
3.755.998.251 x 5.162.303.508,
cuyo resultado real es 19.389.602.947.179.164.508, y no la respuesta dada por la alumna (y ratificada –tras un error de cálculo– por el profesor): 19.390.002.844.219.164.508. ¿Se equivoca Ionesco intencionadamente?
Tras la fallida lección de aritmética, el profesor decide continuar con el estudio de las lenguas: mientras la alumna se queja de su dolor de muelas, el maestro expone una extraña teoría sobre las lenguas neo-españolas. La estudiante, alterada por su dolor, se muestra cada vez más confundida, mientras que la ira se adueña del profesor, que termina apuñalando a su alumna. Con ayuda de la sirvienta, esconde el cadáver (el cuadragésimo de ese día) mientras llega otra alumna, que desencadena un nuevo ciclo asesino…
Es una conversión estupenda, maravillosa.
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en Martams's Blogy comentado:
#HaceSeisAños Una absurda lección de aritmética
Me gustaMe gusta