Oskar González
Cuando Wilhelm Röntgen empezó sus experimentos con el tubo catódico a finales del s. XIX no podía imaginar que su trabajo iba a revolucionar de inmediato varios campos de la ciencia, especialmente de la medicina. Al igual que ha sucedido con otros grandes descubrimientos de la humanidad el azar jugó un papel crucial en este caso.

Röntgen estaba estudiando el comportamiento de los rayos catódicos cuando, al cubrir la fuente de radiación con papel negro y dejar la habitación a oscuras, observó que un material fluorescente colocado en otro punto de la habitación se iluminaba. El genial científico alemán inmediatamente comprendió que esto solo podía ser debido a que ciertos rayos eran capaces de traspasar el papel y activar el material fluorescente. De este modo, dada la naturaleza desconocida de esta radiación, la bautizó como rayos X y se lanzó a estudiar sus aplicaciones. Pronto vio que los rayos X eran capaces de traspasar ciertos materiales en mayor medida que otros; así, mientras que podían atravesar el tejido humano, los huesos y los metales mostraban mayor opacidad. Gracias a esta observación pudo realizar la primera radiografía de la historia, la de la mano de su mujer Bertha.
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