Eduardo Angulo

En la crisis actual, la mayor parte de los recortes en fondos públicos para la ciencia ha afectado a la investigación básica, esa ciencia que muchos de los que no son científicos y que, además, tienen responsabilidades en la política o en la economía, consideran inútil y sin objetivos socioeconómicos, en fin, un derroche sin sentido. Patricia Brennan y sus colegas, de la Universidad de Massachusetts en Amherst, nos cuentan como hay quien califica, literalmente, de basura algunos de los proyectos de investigación con financiación gubernamental. Como ejemplo mencionan el estudio del pene de los patos, de los camarones corriendo en una cinta, de las ardillas robóticas o del sexo de los caracoles. En fin, son estudios típicos de organismos con morfologías no muy populares y conductas inverosímiles que no parecen tener una aplicación fácil para la mencionada innovación, esencial en nuestra cultura industrial. Son los bichos raros e inútiles. Y, sin embargo, en la historia de la ciencia abundan los ejemplos de la utilidad de la investigación básica, incluso dejando de lado la importancia del conocimiento, sin más, de nuestro mundo, con animales que parecen, y lo son para muchos responsables de la política científica, inútiles y raros. Por ejemplo, el 75% de las enfermedades que nos aquejan están provocadas por microorganismos que, en algún momento de su ciclo vital, están relacionados con alguna o algunas especies animales de las calificadas, repito, como raras o inútiles. Algo parecido se podría decir de los cultivos en la agricultura o de los peces en las pesquerías. Veamos algunos bichos raros e inútiles que fueron y son importantes.
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